viernes, 10 de septiembre de 2010

CRÓNICA - Josh Ritter - Sala El Sol

Ritter: las (muchas) luces y (pocas) sombras de su estimable tratado del folk yanqui

***1/2 - *****

La noche de ayer no era la primera vez que Josh Ritter actuaba en Madrid. Ya había probado suerte en calidad de invitado con The Swell Season el pasado febrero. Incluso hace dos años se dejó caer por el Moby Dick sin demasiada repercusión.

La de ayer era su noche, la que iniciaba una decena de conciertos por toda Europa con dos armas tan escuetas como poderosas: su guitarra y su voz. Y además, una serie de complementos adicionales: una sonrisa constante de “bonachón”, una fluidez comunicativa que se mantuvo con su público, tanto en sus discursos entre canción y canción como en la propia distribución del repertorio, alternando cal y arena, jugando a sabiendas con el estado anímico de los presentes. Y también una sonrisa incrédula ante las más de 300 personas que anoche, por primera vez en España, habían ido a verle a el, sólo a el.

Y eso que Dawn Landes, mujer de Josh y más que estimable dama folk, dejó con la boca abierta a mas de uno. No fue discreto el comentario extendido a lo largo de la velada sobre ella: “Landes se ha llevado de calle el concierto”. Con todo, el protagonismo era anoche evidentemente de Ritter, que puso sobre la mesa su condición de pequeño gran clásico de la canción norteamericana contemporánea.

Mejor, infinitamente mejor guitarrista que cantante, desgranó buena parte de su última obra: So runs the world away. Caló mas hondo con Wolves o Snow is gone, que con los temas nuevos, aunque no hubo una diferencia abismal. Para él al menos, que espetó catorce amazings a lo largo de la noche, sonrisa profident – y agradecida- por bandera.

Lo cierto que venir sin banda (por las razones comprensibles que fueran) limitó un poco la velada, y pasada la hora de su concierto, solo sus homenajes a Billie Holliday y Bruce Springsteen levantaban el vuelo y captaban hipnóticamente la atención de los presentes. Ritter remite, sin su condición de genio laureado, a M Ward, aunque también comulga con muchos manierismos de la escuela del singer song-writter americano, y ciertas gotas de minimalista y añejo blues rural.

Superar la veintena de canciones con a) unos recursos tan concretos y b) una holgada dignidad es digno de mención. “Pensaba que había venido a cortarme las vendas y estoy con una sonrisa tonta que no se me quita ni a tres tirones”, decía una treintañera de las muchas que había entre el público.

Kathleen, Monster Ballads, Rumors o In The Dark, a dúo con su esposa –y, como dice la canción... a oscuras- quedan en la memoria del logrado primer concierto de la temporada de El Sol. También su agradecido final, más inusual y sorpresivo que brillante (la idea de hacer un tema a capella bien, pero no iba muy sobrado de voz). Ahora, quedan ganas de verle con la banda al completo.

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